26 mar 2009

LA ÉLITE BIOMÉDICA CON LA VIDA

Científicos, sanitarios y representantes de reconocido prestigio de diversas áreas de las Humanidades rubrican el Manifiesto de Madrid, que se ha presentado como la "referencia de la opinión científica sobre el aborto". En el documento, los firmantes dejan claro que la vida humana empieza en el momento de la concepción, como afirmaba en el acto de presentación Mónica López Barahona, biomédica y consultora en el área de Bioética de Naciones Unidas: "El embrión unicelular, en estado de cigoto, es vida humana y es un individuo de la especie humana. Por tanto, es objeto de los mismos derechos que cualquier otro individuo de la especie humana. Por eso entrar en una terminología de plazos no es aceptable, porque uno no pertenece más o menos a la especie humana según el número de células que tenga o según los kilos que pese".
En esta línea, Nicolás Jouve, catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá de Henares, ha explicado que esta disciplina señala que la concepción es el momento en que se constituye "la identidad genética singular" de cada persona. "La Biología Celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto, en cuyo núcleo se encuentra la información genética que se conserva en todas las células y es la que determina la diferenciación celular; la Embriología describe el desarrollo y revela cómo se desenvuelve sin solución de continuidad".
Los científicos –entre los que figuran más de doscientos miembros de las Reales Academias- hacen hincapié en que “un aborto no es sólo la interrupción voluntaria del embarazo, sino un acto simple y cruel de interrupción de una vida humana” http://www.hazteoir.org/node/18344

PREVENCION DEL SIDA, BIENVENIDA SEA LA POLÉMICA

Polémica por los comentarios del Papa sobre el SIDA en África El pasado martes 17 de marzo el Papa Benedicto XVI, señaló que el SIDA "no se combate con dinero ni con el preservativo" y que la solución pasa por una "humanización de la sexualidad con nuevos modos de comportamiento". http://www.gaceta.es/20-03-2009+papa_abre_polemica_por_sus_comentarios_sobre_sida_africa,noticia,16,16,51136 Occidente niega lo obvio: el sida retrocede si se fomenta la fidelidad Edward C. Green, director del Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Escuela de Salud Pública de Harvard, afirma "soy un liberal en temas sociales y para mí es difícil admitirlo, pero el Papa realmente tiene razón. No conocemos todas las causas de este fenómeno, pero en parte se debe a lo que llamamos compensación del riesgo. Significa que quien usa preservativos está convencido de que son más eficaces de lo que realmente son, y termina por admitir mayores riesgos sexuales. Hace algunos años se comenzó a notar en África que los países con mayor disponibilidad de preservativos y mayores tasas de utilización de los mismos, tenían también las tasas más altas de infección por VIH. Esto no prueba una relación causal, pero habría debido llevar a valorar más críticamente los programas relativos al uso de preservativos". http://www.gaceta.es/23-03-2009+occidente_niega_lo_obvio_sida_retrocede_si_se_fomenta_fidelidad,noticia_1img,10,13,51410 Sudáfrica apuesta por la fidelidad en las campañas de prevención del Sida Una nueva generación de campañas de prevención del SIDA en Sudáfrica refleja el creciente reconocimiento de que los preservativos no bastan y que conseguir que la epidemia disminuya requerirá amplios cambios culturales. EL nuevo enfoque se basa en investigaciones sobre los factores que potencian la epidemia, particularmente, la práctica de mantener varias parejas sexuales de larga duración al mismo tiempo. Estos mensajes están atenuando el conflicto entre los defensores de los mensajes basados en el uso de preservativos y las organizaciones que enfatizan la abstinencia y la fidelidad. http://www.gaceta.es/01-12-2008+tambien_surafrica_apuesta_por_fidelidad_campanas_prevencion_sida,noticia_1img,13,13,40111 ¿Qué hace la Iglesia para combatir el SIDA? El 25 % de los enfermos de SIDA son atendidos por la Iglesia Católica a través de Hospitales, Centros de salud, Dispensarios,... http://www.aceprensa.com/articulos/2000/may/03/qu-hace-la-iglesia-para-combatir-el-sida/

25 mar 2009

LA VIDA HUMANA, DON PRECIOSO DE DIOS

Mensaje de los Obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida con ocasióndel décimo aniversario de la Evangelium Vitae 4 de abril de 2005 1. La proclamación del Evangelio de la Vida Hace diez años, el 25 de marzo de 1995, el Papa Juan Pablo II publicaba su encíclica Evangelium Vitae . La Iglesia, que desde los tiempos apostólicos proclama constantemente el valor de la vida humana, se esfuerza cada día con más intensidad para defenderla y atender a los más necesitados[1]. En este servicio a la vida, la encíclica Evangelium Vitae ha supuesto un hito importante. En continuidad con las enseñanzas del Papa Juan Pablo II, nosotros, Pastores del “Pueblo de la Vida”, damos gracias a Dios Padre por el don de la vida. En la plenitud de los tiempos nos envió a su Hijo nacido de la Virgen María, para que los hombres tengamos vida en abundancia; una «vida nueva y eterna, que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador» ( EV 1). Con ocasión de este aniversario, y siguiendo la recomendación de la LXXXI Asamblea Plenaria[2], invitamos a que la Solemnidad de la Encarnación –que este año 2005 se celebra el 4 de abril– se celebre oportunamente con diversas iniciativas que sirvan para que el aprecio y respeto de la vida, centro del mensaje de la Evangelium Vitae , sea conocido y anunciado en nuestras Iglesias. 2. Valor de la vida humana Universalmente, todas las culturas han reconocido el valor y la dignidad de la vida humana. El precepto de “no matarás”, que custodia el don de la vida humana, es una norma que toda cultura sana ha reconocido como principio fundamental. El derecho a la vida y el respeto a la dignidad de la persona son valores que la Declaración Universal de los Derechos Humanos propone como fundamento para la convivencia. Este reconocimiento universal encuentra su plena confirmación en la revelación del Evangelio de la vida con el misterio de Cristo. La vida humana, don precioso de Dios, es sagrada e inviolable. «La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente» ( EV 53). Por ello todo atentado contra la vida del hombre es también un atentado contra la razón, contra la justicia y constituye una grave ofensa a Dios. Continuidad fundamental El proceso embrionario es un proceso continuo en el que ya desde el principio estamos ante una vida humana. el embrión no es un mero agregado de células vivas, sino el primer estadio de la existencia de un ser humano. Todos hemos sido también embriones. Desde el momento de la fecundación hay vida humana, y por tanto dignidad personal. Es u na vida humana que se va desarrollando, va experimentando cambios morfológicos importantes, pero es siempre el mismo proceso continuo que va desde el principio de la vida con la fecundación hasta la muerte. «El cuerpo, naturalmente, se desarrolla, pero dentro de una continuidad fundamental que no permite calificar de pre-humana ni de post-humana ninguna de las fases de su desarrollo. Donde hay cuerpo humano vivo, hay persona humana y, por tanto, dignidad humana inviolable»[3]. En consecuencia, « el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida» ( EV 60). Esta verdad del Evangelio de la vida es ampliamente compartida por muchas personas e instituciones. Lo que el Consejo de Europa afirmó, hace muchos años, ha sido ahora recogido por la ONU al recomendar la prohibición de la investigación con embriones así como cualquier tipo de clonación humana: reproductiva o terapéutica[4]. 4. Al servicio de la vida En el reconocimiento y respeto de la vida humana y en su promoción, la ciencia alcanza su más alto fin: el servicio a la vida y a la dignidad de la persona. Estos diez años desde la publicación de la encíclica Evangelium Vitae han sido de grandes avances de la ciencia, los cuales han abierto nuevas y esperanzadoras posibilidades de prevención y curación. Gracias a estos avances hoy son posibles terapias e incluso operaciones intrauterinas en beneficio del no nacido. Cada vez se rebaja más el tiempo de gestación necesario para que un niño prematuro sea viable fuera del seno materno. Por otra parte, la aplicación terapéutica de las células madre procedentes de tejido de adulto consiguen resultados esperanzadores . Estas son las auténticas terapias: las que curan sin dañar ni eliminar la vida de nadie . No podemos olvidar que estos avances son potentes herramientas que deben ser usadas al servicio del hombre, teniendo en cuenta los principios éticos. La ciencia y la técnica requieren la ética para no degradar, sino promover la dignidad humana. Por ello pedimos a todos los investigadores y centros de formación que procuren inculcar a todos el respeto a la vida humana tanto como procuran avanzar en sus conocimientos para ponerlos al servicio de las personas. A todos exhortamos a que promuevan siempre la vida frente a tantas amenazas por parte de una “cultura de la muerte” que se manifiesta de muchas maneras: la anticoncepción, la extensión de las esterilizaciones, la disminución preocupante de la natalidad, el aborto, la píldora “del día después” –que además de anticonceptiva puede ser abortiva–, la manipulación del lenguaje al hablar de “preembriones” como si no fueran ya plenamente personas humanas, la selección y reducción embrionarias, la manipulación y destrucción de embriones para obtener células madre para la investigación, y la cada vez más amenazante práctica de la clonación. Estas manifestaciones de la cultura antivida son una insidiosa ideología del mal que Juan Pablo II ha denunciado recientemente: «Se puede, es más, se debe, plantear la cuestión sobre la presencia en este caso de otra ideología del mal tal vez más insidiosa y celada, que intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el hombre y contra la familia»[5]. 5. La familia, santuario de la vida «Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza; a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó, y los bendijo diciendo: creced y multiplicaos» (Gen 1,27-28). El evangelio de la vida comienza con la creación de Adán y Eva, llamados al amor conyugal, y a través de su amor, a ser padres cooperando así de manera singular con la obra creadora de Dios. El amor conyugal entre el hombre y la mujer, fundamento de la familia, es el lugar santo donde la persona es concebida dignamente. El hijo nace del amor de los padres y es invitado a participar en su comunión de amor. La familia es también el santuario donde la vida es acogida con alegría y celebrada en la vida cotidiana, enriquecida por las ricas relaciones entre los padres, los hijos, los abuelos, etc. Estas familias son una magnífica proclamación del Evangelio de la vida y un motivo para dar gracias a Dios: familias que a pesar de las crisis y momentos difíciles saben permanecer unidas en el amor, familias que a pesar de las dificultades viven generosamente abiertas a la vida, familias que sostienen a sus miembros más débiles o necesitados con su tiempo y sus mejores energías, etc. Todas estas familias –tantas de ellas cristianas– son un magnífico testimonio del valor de la vida y realizan un precioso servicio a la sociedad. Este testimonio generoso de tantas familias es la mejor escuela para que los niños aprendan el valor sagrado de la vida humana y aprendan a respetar y promover la vida de todos, especialmente la de los más débiles. El gozo de la familia al acoger una nueva vida es la mejor proclamación ante los niños del valor sagrado de la vida concebida y aún por nacer de un nuevo hijo. Por ello la celebración del día de la vida puede ser una preciosa ocasión para que la familia tome más profunda conciencia de su misión de servicio a la vida. 6. Educación afectivo–sexual La familia es también el ámbito donde los hijos aprenden el significado de la sexualidad al servicio del amor y la vida. Muchas veces los Obispos hemos recordado la necesidad y urgencia de una educación afectivo–sexual adecuada. Esta tiene un lugar privilegiado en la Pastoral Familiar, porque «la vocación al amor, que es el hilo conductor de toda pastoral matrimonial, requiere un cuidado esmerado de la educación al amor»[6]. En el Directorio de la Pastoral Familiar los Obispos españoles hemos recordado que «los padres son los primeros responsables para llevar a cabo esta educación de la sexualidad, ya en los años de la niñez como luego en la adolescencia. Han de saber ofrecer a sus hijos, en un marco de confianza, las explicaciones adecuadas a su edad para que adquieran el conocimiento y respeto de la propia sexualidad en un camino de personalización. Siempre se logra más persuadiendo que prohibiendo, especialmente cuando de educar se trata» ( DPF 81). En el momento adecuado, la catequesis también deberá afrontar el tema de la sexualidad y el discernimiento vocacional. «En el proceso catequético, durante los distintos momentos que afectan a esta etapa, estará presente una catequesis completa y profunda sobre la sexualidad en sus distintas dimensiones: antropológica, moral, espiritual, social, psicológica, etc.»( DPF 92). También los colegios tienen un importante cometido en esta labor: «Como complemento y ayuda a la tarea de los padres, es absolutamente necesario que todos los colegios católicos preparen un programa de educación afectivo-sexual, a partir de métodos suficientemente comprobados y con la supervisión del Obispo. La Delegación Diocesana de Pastoral Familiar debe preparar personas expertas en este campo» ( DPF 93). Todos somos conscientes de la urgente necesidad de esta educación afectivo–sexual y de su relación con el Evangelio de la vida. Por ello exhortamos a todos a poner en práctica estas indicaciones del Directorio de Pastoral Familiar , cuidando especialmente la formación integral de personas expertas para realizar esta tarea. 7. Por una cultura de la familia y de la vida Educando a los jóvenes para el amor y la vida estaremos poniendo los cimientos más sólidos para una cultura de la familia y de la vida. Pero esta tarea requiere el compromiso de todos. A los científicos se les ha confiado de modo especial conservar el valor de la vida en la “conciencia” de los investigadores y de la sociedad. Como personas expertas son escuchadas por la sociedad, los medios de comunicación y los políticos. Por ello les pedimos que proclamen con valentía el valor sagrado de la vida humana desde el momento de la concepción y que nunca se dejen seducir por posibilidades contrarias a la ética. Los profesionales de la salud tienen también un importante cometido. A los profesionales de la salud corresponde apoyar siempre la vida, y rechazar e incluso denunciar toda práctica que atente contra la integridad o la vida de las personas, singularmente la de aquellas más débiles como los embriones, los no nacidos, los disminuidos, los ancianos y los enfermos terminales. A este respecto recordamos nuevamente la conveniencia de promover los procesos de adopción y recomendar esta posibilidad a las personas que consideran la posibilidad de abortar. Hacemos también un llamamiento apremiante a los profesionales católicos, especialmente de la información , a hacerse presentes en los medios para que en ellos resuene también el hermoso mensaje del Evangelio de la vida. Todos los profesionales cristianos , personalmente o asociados, han de influir responsablemente en la sociedad y en las leyes. Es un signo de esperanza comprobar cómo las asociaciones familiares se hacen presentes en el debate social promoviendo los valores de la familia y de la vida. Estas asociaciones contribuyen eficazmente a la elaboración de una política familiar adecuada, de tan urgente necesidad, que facilite el acceso a la vivienda, unas condiciones laborales y económicas compatibles con la paternidad y maternidad, así como disponibilidad del tiempo necesario para atender a la familia y a la educación de los hijos. Desde estas líneas queremos expresar nuestro apoyo y bendición a todos los que desde estas plataformas y asociaciones , se empeñan en tan importante y a veces difícil tarea. Al mismo tiempo invitamos a todas las familias cristianas a implicarse activamente en estas acciones que promueven una visión cristiana de la familia y de la vida como don de Dios. En este sentido nos exhortaba Juan Pablo II en la Evangelium Vitae : «Para ser verdaderamente un pueblo al servicio de la vida debemos, con constancia y valentía, proponer estos contenidos desde el primer anuncio del Evangelio y, posteriormente, en la catequesis y en las diversas formas de predicación, en el diálogo personal y en cada actividad educativa. A los educadores, profesores, catequistas y teólogos corresponde la tarea de poner de relieve las razones antropológicas que fundamentan y sostienen el respeto de cada vida humana. De este modo, haciendo resplandecer la novedad original del Evangelio de la vida, podremos ayudar a todos a descubrir, también a la luz de la razón y de la experiencia, cómo el mensaje cristiano ilumina plenamente el hombre y el significado de su ser y de su existencia; hallaremos preciosos puntos de encuentro y de diálogo incluso con los no creyentes, comprometidos todos juntos en hacer surgir una nueva cultura de la vida» ( EV 82). 8. Oración a María Inmaculada por la vida Queremos terminar este mensaje con ocasión de los diez años de la encíclica Evangelium vitae invocando a María, Madre del amor hermoso, en este año que la Iglesia de España dedica al misterio de su Inmaculada Concepción. A ella encomendamos la causa de la vida. Bajo su protección ponemos a las familias, a los enfermos, a los más débiles y amenazados, a la vez que invitamos a todos los cristianos, y singularmente a las familias, a elevar con frecuencia a María Inmaculada, madre de la vida, la invocación con que Juan Pablo II cierra su encíclica Evangelium Vitae : Oh María, aurora del mundo nuevo, Madre de los vivientes, a Ti confiamos la causa de la vida : mira, Madre, el número inmenso de niños a quienes se impide nacer, de pobres a quienes se hace difícil vivir, de hombres y mujeres víctimas de violencia inhumana, de ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia o de una presunta piedad. Haz que quienes creen en tu Hijo sepan anunciar con firmeza y amor a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la vida . Alcánzales la gracia de acogerlo como don siempre nuevo, la alegría de celebrarlo con gratitud durante toda su existencia y la valentía de testimoniarlo con solícita constancia, para construir, junto con todos los hombres de buena voluntad, la civilización de la verdad y del amor, para alabanza y gloria de Dios Creador y amante de la vida ( EV 105). Julián Barrio Barrio , arzobispo de Santiago de Compostela, Presidente de la CEAS Juan Antonio Reig Pla , obispo de Segorbe-Castellón, Presidente de la Subcomisión para la Familia y Defensa de la Vida Javier Martínez Fernández , arzobispo de Granada Francisco Gil Hellín , arzobispo de Burgos. Madrid, 4 de abril de 2005. Solemnidad de la Encarnación NOTAS [1] A lo largo de la historia han surgido innumerables instituciones para la atención de los huérfanos, ancianos abandonados, enfermos, disminuidos… como Cáritas y obras como las de la beata Teresa de Calcuta o las recientemente canonizadas Genoveva Torres y Ángela de la Cruz. [2] «La Conferencia Episcopal Española insta a los fieles católicos a promover, en el día 25 de marzo de cada año, acciones en defensa de la dignidad, sacralidad y respeto de la vida humana, uniéndose a todas las personas de buena voluntad en la promoción de la “ cultura de la vida ”. Se encarga a la Subcomisión Episcopal para la familia y defensa de la vida de la CEE la animación, coordinación y seguimiento de esta iniciativa» (LXXXI Asamblea Plenaria de la CEE (17-21 noviembre 2003): BOCEE 71, 140). [3] LXXVI Asamblea Plenaria, Instrucción pastoral La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad , 109. [4] Cf. Declaración de la Asamblea General de la ONU (8-Marzo-2005); Consejo de Europa, Resolución 4.376 (4 octubre 1982): «La ciencia y el sentido común prueban que la vida humana comienza en el acto de la concepción y que en este mismo momento están presentes en potencia todas las propiedades biológicas y genéticas del ser humano» . [5] Juan Pablo II, Memoria e identidad , Madrid 2005, 25. [6] Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España 89 .

15 mar 2009

¿POR QUÉ NO SE INFORMA A LAS MUJERES DE LOS RIESGOS DEL ABORTO?

En Gran Bretaña se ha reabierto el debate en torno a la relación entre aborto y salud mental. En un artículo publicado en The Times (19 agosto 2008), Melanie McDonagh critica a quienes se oponen a suministrar una información adecuada sobre las consecuencias del aborto para que haya un consentimiento informado. El próximo octubre, el parlamento británico debatirá la reforma de la ley sobre Human Fertilisation and Embriology. En el apartado que se refiere al aborto, una discutida enmienda presentada pretende exigir que los doctores informen a las que deseen abortar sobre los riesgos de daños psicológicos que puede producir el aborto voluntario. También quiere establecer un período de reflexión durante el cual se madure la decisión de abortar.Los partidarios del aborto se han rasgado las vestiduras ante estas exigencias. Según ellos, no hay base científica para decir que la interrupción del embarazo cause problemas de salud mental. Para demostarlo, se remiten a un estudio de la Academia Americana de Psicología que se fundamenta en el análisis de algunos estudios empíricos publicados desde 1989.Para Melanie McDonagh, la principal objeción que existe contra el aborto no es el daño que puede causar en la mujer, sino la destrucción del feto. De todos modos, añade, si tuviéramos que tomarnos en serio los estudios sobre las consecuencias del aborto en la salud mental habría que reconocer que ninguno de ellos es concluyente.McDonagh desconfía de la objetividad de las investigaciones sobre el aborto. Curiosamente, dice, todos los trabajos que conoce sobre esta materia han sido realizados bien por promotores del aborto bien por activistas pro-life. "La investigación libre de ideas preconcebidas sobre el aborto es una bonita idea, pero no creo que existan investigadores neutrales por muy buena que sea su metodología"Según McDonagh, una lectura atenta deja ver los serios defectos metodológicos de los estudios que descartan los riesgos para la salud mental. Pone como ejemplo el estudio citado de la Academia Americana de Psicología, que recibió en su día severas críticas por parte de la comunidad científica. Entre otras cosas, este trabajo fue criticado por dejar fuera de su consideración una serie de estudios que advertían sobre los riesgos psíquicos del aborto en las mujeres.Dado que los abortistas y los pro-life no terminan de ponerse de acuerdo sobre las consecuencias del aborto en las salud mental de las mujeres, McDonagh piensa que los más sensato es hacer lo que propone la enmienda a la Human Fertilisation and Embriology Bill; es decir, informar a las mujeres que desean abortar sobre los posibles riesgos y establecer un período de reflexión. "Aun en el caso de que los riesgos para la salud mental de las madres fueran reducidos, ¿cómo puede alguien oponerse a que una mujer sea informada sobre estos riesgos?". En Aceprensa 2 de Septiembre 2008

¿ES LO INDICADO, LA DISTRIBUCIÓN MASIVA DE LA VACUNA DEL PAPILOMA?

La vacuna contra el virus del papiloma es sin lugar a dudas uno de los mayores avances tecnológicos de la medicina preventiva actual. Las vacunas contra el cáncer son un ambicioso sueño de la humanidad y esta vacuna se aproxima a tan maravilloso ideal. Cuenta además con todas las bendiciones de agencias tan solventes como la FDA (Food and Drug Administration) norteamericana. Esto ahuyenta miedos a masivas reacciones adversas de gravedad. La aplicación de cualquier vacuna a miles y miles de personas es posible que coincida en el tiempo con diversos procesos causados por otros factores. Coincidencia temporal no es lo mismo que relación causa-efecto. Posiblemente la alarma social sea injustificada ante los casos sospechosos de efectos adversos. Pero tales casos han supuesto una llamada de atención hacia otras sombras sobre esa vacuna. Somos muchos los que hemos firmado un manifiesto pidiendo sosiego y prudencia antes de transferir precipitadamente este gran avance técnico a acciones masivas de salud pública. Recientemente 3 profesores de nuestro Departamento publicamos un informe técnico en la revista Medicina Clínica (disponible en www.unav.es/preventiva) donde analizábamos con mucho detalle los pros y los contras de la vacunación masiva de niñas muy jóvenes en España. Coincidió temporalmente (tampoco sin relación causa-efecto) con un editorial del New England Journal of Medicine (vol 359, pag. 861) que se llamaba Reasons for caution. Nuestro informe se llamaba "Razones para el optimismo y razones para la prudencia". Coincidíamos en muchos aspectos de los razonamientos y evidencias aportadas. Nosotros enumerábamos 20 cuestiones aún no resueltas, entre otras las relativas al desconocimiento de su efectividad a largo plazo, la compensación de riesgos por creerse más protegido de lo que se está y el coste de oportunidad, porque quizás habría otras prioridades en las que gastar. La vacuna puede llevar a descuidarse en la conducta. Se conoce que la percepción de quien recibe una vacuna es que se cree más protegido de lo que realmente está. La vacuna no protege frente a todos los tipos de virus del papiloma que causan cáncer (más de 20), sino sólo frente a dos de ellos, los más frecuentes. ¿Se conseguirá sólo sustituir los que ahora son más frecuentes por otros tipos a base de vacunar? Sería un despilfarro. Tampoco protege frente a la larga lista de otras infecciones de transmisión sexual que van en aumento en nuestra población (a pesar de ostentar récords en uso de preservativos), como son las infecciones por clamidias, sífilis, gonococos, herpesvirus, virus de hepatitis, tricomonas, sida, etc. Es el conocido fenómeno de compensación de riesgos. Olvidarse de cambiar estilos de vida para recurrir a una solución (parcial), eso sí llena de glamour tecnológico, ha sido siempre un escape peligroso en salud pública. Sin cambios en estilos de vida, no se avanza en salud pública. Peor todavía sería caer en el derrotismo de pensar que los estilos de vida no son modificables. Hay evidencia científica abundante de que sí lo son. Lo que pasa es que hay que invertir más en ello. La vacuna contra el papiloma es más cara que todas las demás del calendario juntas. ¿Es que nos sobran los recursos? En tiempos de crisis habría que plantearse con mucha calma si ésta es realmente la prioridad en el gasto en medicina preventiva. Así lo hemos pedido más de la mitad de los catedráticos de esta especialidad en nuestro país. No tenemos precisamente una epidemia de cáncer de cuello uterino. No estamos al nivel de Estados Unidos en infecciones por el papiloma. Tampoco estamos a su nivel en lo que ganan los médicos y otros profesionales sanitarios. Para elevar el nivel de salud de la población y la satisfacción con el sistema sanitario, quizás un destino alternativo preferible para el gasto sanitario sea el de incentivar mejor a los profesionales que con tanto esfuerzo sostienen este sistema. Publicado en Diario de Navarra, 26 de febrero 2009 Miguel Ángel Martínez González

¿PARA QUÉ SE NECESITA LA FINANCIACIÓN PÚBLICA DE INVESTIGACIONES CON CÉLULAS MADRE EMBRIONARIAS, CUANDO SE HA LOGRADO REPROGRAMAR C. MADRE ADULTAS?

Uno puede tomar postura a favor de experimentar con células madre embrionarias, pero la lógica no le permite presentar su opción como si fuera “ciencia pura”, sin mancha de política o ideología. Y eso se ha pretendido hacer con el decreto de Barack Obama que levanta los límites impuestos por su predecesor George Bush a la financiación federal de tales investigaciones. El truco retórico ha sido empleado por comentaristas favorables a la decisión. Un editorial del New York Times (10-03-2009) la celebra porque pone fin a “un largo y estéril periodo en que se consintió que las objeciones morales de los conservadores religiosos frenaran el progreso de una investigación con relevancia médica”. En cambio, “Obama ha prometido basar las decisiones de su gobierno en ciencia seria, sin tergiversaciones políticas o ideológicas”. Cómo se puede creer que el presidente firme un decreto sobre el uso de embriones humanos sin que haya por medio ni moral, ni política ni ideología, tal vez sabría explicarlo Molière. Así como su monsieur Jourdain, el burgués gentilhombre, hablaba en prosa sin saberlo, hay quienes tienen su ideología tan asumida que no la advierten, y la confunden con la evidencia. Para ellos, ideología es solo la postura contraria, objeciones morales se llaman las razones a favor de las reglas que no suscriben y hay injerencias políticas en la ciencia cuando el dinero no llega adonde ellos querrían. Naturalmente, tanto el decreto de Bush como el de Obama que lo revoca son opciones políticas con fundamentos ideológicos y morales. En cuanto a motivos religiosos, el Times los atribuye a Bush, pero Obama los invocó expresamente para justificar su decisión el 9 de marzo: “Como persona de fe, creo que estamos llamados a cuidar unos de otros y trabajar para aliviar el sufrimiento humano”. Por eso, cuando veo que El País (11-03-2009) explica el decreto de Bush por “su fe evangélica” y titula “Obama quita el corsé religioso a la ciencia”, me pregunto si el corresponsal oiría el discurso entero. De hecho, Obama mismo matizó más que sus comentaristas, si bien a costa de mayor ambigüedad y alguna incongruencia patente. Por una parte, subrayó que su decreto contribuye a “proteger la investigación libre y abierta” y anunció nuevas medidas para asegurar que “tomamos decisiones científicas basadas en hechos, no en ideología”. Por otra, un párrafo antes había declarado con firmeza que mantendrá encorsetada la investigación en otro terreno, sin precisar en qué hechos basa tal decisión: “Nuestro gobierno ­–dijo– nunca abrirá la puerta a la clonación humana con fines reproductivos. Eso es peligroso, profundamente malo, y no tiene lugar en nuestra sociedad, ni en ninguna otra”. Se ve que también Obama sostiene que la libre investigación ha de someterse a los principios (como Bush, pero no lo digas, ni lo llames objeciones morales). De hecho, al explicar su decreto, Obama hizo un planteamiento que recuerda al de Bush. Los dos ­–Bush más extensamente– se refirieron a la división de opiniones en torno a las investigaciones con células embrionarias. Los dos presentaron sus respectivas decisiones como un difícil equilibrio. Bush dijo alcanzarlo distinguiendo entre las líneas celulares obtenidas de embriones ya destruidos y las futuras, y resolvió autorizar la financiación de investigaciones con las primeras, pero no con las segundas, para no estimular la destrucción de embriones (cfr. Aceprensa, 29-08-2001) . El equilibrio de Obama consiste en levantar el veto de Bush imponiendo a los experimentos rigurosas condiciones y una estricta supervisión, para impedir abusos. No dijo en qué consistirán los requisitos ni cómo se asegurará la vigilancia, pero en todo caso esto implica que las asignaciones de dólares no se harán solo con criterios de “pura ciencia” (1). Sin embargo, la opción de Obama parece menos equilibrada. Su discurso se movió en la vaguedad de las generalidades inatacables, sin entrar a discutir lo que está en juego: no mencionó que los trabajos que autoriza financiar implican la destrucción de embriones humanos (ni siquiera pronunció esas dos palabras). Dijo que el decreto de Bush había planteado un “falso dilema entre ciencia seria y valores morales”, pero no señaló qué valores salva con su decreto, y cuando afirmó que se puede explorar las posibilidades de las células embrionarias y a la vez –gracias a la indeterminada supervisión ya aludida– “evitar los peligros”, tampoco explicó qué peligros. Al final, lo único claro es que el equilibrio de Obama inclina la balanza hacia un lado. Obama concluyó su discurso con el corsé religioso acostumbrado: “Dios bendiga a América”. Aceprensa Rafael Serrano 11 de Marzo de 2009

¿PUEDO O NO PUEDO HACER CON MI CUERPO LO QUE QUIERA?

Entre las propuestas definitivas del Comité de Expertos del Ministerio de Igualdad para la elaboración de una nueva ley del aborto se incluye, entre otras medidas, la posibilidad de que las adolescentes de 16 años puedan abortar sin necesidad de contar con el consentimiento paterno. La ministra Bibiana Aído ha llamado la atención sobre la contradicción que, a su juicio, significa que a una menor de esa edad se le suponga madurez suficiente para casarse o tener relaciones sexuales, pero no para abortar. “No se trata de hacer una ley más permisiva –ha justificado–, sino más segura". Sin embargo, entre las novedades que presuntamente hacen más “segura” la ley, no aparece la de garantizar mediante exámenes psicológicos que la menor tiene la madurez suficiente para tomar ella sola una decisión sobre el aborto ni para asegurar que no está siendo presionada por su pareja. Precisamente en un momento en que la hija atraviesa una situación emocional conflictiva, y necesita apoyo para ver claro, lo más sensato es no dejar al margen a quienes más la quieren. Curiosamente, y al contrario de lo que opina el Ministerio de Igualdad, la Junta de Andalucía ha puesto en duda recientemente la madurez que tienen los adolescentes para tomar algunas decisiones. En concreto la de someterse a operaciones de cirugía estética, hasta el punto de aprobar, hace tan sólo unos días, un decreto en Consejo de Gobierno que obliga a evaluar su nivel de madurez y descartar desórdenes que contraindiquen la intervención, especialmente trastornos relacionados con la imagen corporal. De acuerdo con la nueva norma, las operaciones deberán estar plenamente justificadas y documentadas, además de presentar una relación razonable entre sus riesgos y beneficios. En este sentido, se regulan tanto las condiciones exigibles a los menores, como los requisitos y garantías que han de cumplir los centros, servicios y profesionales que participen en ellas. Una de las exigencias de la anterior ley del aborto era la de informar a la mujer que quiere abortar de los riesgos que entraña la intervención y de las alternativas existentes, algo que no se cumple y sobre lo que la “segura” nueva ley, aún en fase de anteproyecto, tampoco parece pronunciarse, a juzgar por lo que ha dicho la ministra Aído. En los últimos años, el Foro Español de la Familia ha llamado la atención sobre este aspecto en las iniciativas legislativas populares presentadas en todas las comunidades autónomas. En ellas se pedía que se informara sobre las alternativas al aborto, entre ellas las que ofrecen fundaciones como Red Madre. Freno a la cirugía estética juvenil El reciente decreto de la Junta de Andalucía sobre operaciones de estética en adolescentes establece, por el contrario, que los menores deberán recibir toda la información sobre el acto quirúrgico, incluyendo indicaciones sobre los resultados que se esperan, con sus consecuencias y posibles riesgos, las contraindicaciones y las probabilidades de tener que repetir la intervención en el futuro. Con carácter previo a esta información, un profesional ajeno al centro o servicio sanitario responsable realizará el correspondiente informe psicológico, que será tenido en cuenta por el cirujano a la hora de tomar una decisión. El consentimiento informado tendrá que recoger toda la información relacionada con la intervención, así como las tasas de éxito del centro y del cirujano en la técnica quirúrgica que se va a realizar. Con respecto a la función de los padres, el decreto andaluz considera que, siempre y cuando el informe psicológico y la valoración médica sean positivos, los jóvenes de entre 16 y 18 años podrán tomar la decisión de someterse a la intervención, por lo que serán ellos mismos quienes suscribirán el consentimiento informado. No obstante, los padres deberán ser informados y su opinión será tenida en cuenta. En cualquier caso, como es difícil que el menor de edad tenga suficientes recursos económicos para operarse sin contar con la familia, será infrecuente que lo haga sin el consentimiento paterno. En el caso de aborto, la ministra de Igualdad ha dicho que con la nueva ley las adolescentes podrán abortar sin consentimiento paterno, pero no ha aclarado si los padres serán al menos informados y sobre si su opinión valdrá algo en el caso de que su hija adolescente de 16 años quiera abortar. Probablemente, por estética. Si la Junta de Andalucía quiere exigir más condiciones para poner freno a la cirugía estética juvenil, no parece que la decisión de quitar requisitos al aborto de las menores de edad vaya a traducirse en una conducta sexual más responsable. Cuando nada menos que 500 menores de 15 años abortaron en 2007 y cerca de 15.000 entre las de 15 a 19 años, y de ellas una de cada 10 lo hacía por segunda vez, da la impresión de que el remedio más inoportuno es transmitir a los jóvenes la idea de que el aborto es siempre un derecho. Tal y como están las cosas, quizá resulte mucho más contradictorio que lo que afirma la ministra el hecho de suponer que una menor de esa edad tenga madurez suficiente para decidir que se mate al hijo que lleva en las entrañas y no la tenga para hacerse una liposucción o rellenarse los labios y los pechos. Aceprensa Cristina Abad Cadenas 9 marzo 2009

¿HA QUEDADO HIPÓCRATES FUERA DE JUEGO?

Una ética médica bien fundamentada es la mejor protección de los profesionales contra la injerencia política y burocrática, así como frente a las volubles demandas sociales y frente a cualquier intromisión extraña a la profesión. Esta es la tesis que desarrolla Hans Thomas, director del Lindenthal Institut de Colonia.La sacralidad de la vida resulta hoy controvertida entre los especialistas en Ética. No pocos bioéticos y teóricos del Derecho —John Harris, Norbert Hoerster, Georg Meggle, Hubert Markl, Peter Singer, también Dieter Birnbacher, por nombrar sólo algunos— pretenden hacernos creer que la idea de la dignidad, es decir, del valor incondicional y fundamentalmente indisponible adscrito a toda vida humana, se debe a “autoridades extracientíficas”, y que es deudora de unas premisas metafísicas en todo caso dudosas, esto es, susceptibles de prejuicios, y en particular de prejuicios “religiosos”. Corregir esto, dicen, ha de hacer nuestra ética más justa y nuestro obrar más racional. El valor incondicional de la vida Anselm Winfried Müller desenmascara la trampa intelectual que hay en el fondo de esa tesis. Quien basado tan sólo en su simple sentido común, y sin preocuparse de convicciones religiosas, quiere fundamentar “racionalmente” la santidad de la vida —o dicho de forma profana, su incondicional indisponibilidad— se siente desafiado a argumentar. Ciertamente ésta puede deducirse a partir de postulados religiosos, pero aun sin ellos la máxima de la indisponibilidad e incondicionalidad de la vida humana conserva una base completamente firme. Y esa base no queda afectada en modo alguno por aquella crítica. Esos autores no ofrecen ninguna argumentación suficiente de que la vida humana tan sólo tenga un valor relativo. Anselm Winfried Müller sigue la pista de las razones que se aducen hoy para la valoración de la vida humana, y llega a la conclusión de que el valor incondicional de ésta no puede ser racionalmente deducido. Es más bien una premisa. Él piensa que el reconocimiento de ese valor incondicional es precisamente el fundamento de todas las valoraciones de carácter ético y la medida de su rectitud. Una ética que supone a nuestro arbitrio una vida humana inocente elimina la base sobre la que descansa. Sin la prohibición absoluta de dar muerte a un inocente no puede haber una moral coherente. O, como escribe Müller: “Quien deja el rechazo a matar al vaivén del debate saca del suelo las raíces de nuestra orientación moral para examinar si esas raíces se conservan sanas”. De todos los derechos humanos que han sido declarados desde la Revolución Francesa cabe decir que no pueden ser fundamentados de una manera puramente racional. Fueron proclamados. Eso sucedió sin apelar a procedencias metafísicas o convicciones religiosas (frecuentemente incluso con la intención opuesta). Tan sólo la experiencia humana e histórica, así como su infracción, llevó a formular y proclamar los derechos humanos. No hay ninguna lógica necesaria que llevara a reconocerlos. En todo caso, eso no sería razón —piensa Müller— para volver a cuestionarse el comercio de esclavos bajo determinadas circunstancias, o para excluir la prohibición absoluta de la tortura, o quizá para aprobar el sexo con niños en determinados casos. Peter Singer, uno de los críticos del principio de la “sacralidad” de la vida humana, niega que pueda atribuirse una especial dignidad al ser humano, con lo cual liquida también cualquier derecho humano. De acuerdo con su concepción, atribuir esa dignidad al ser humano constituiría un injusto privilegio a costa de discriminar a los animales. Lo denomina –en analogía al racismo– “especieísmo”. Conciencia médica y consenso social Por lo demás, también la afirmación de que la vida humana tiene sólo un valor relativo posee una base metafísica. Cada postura ética resulta, consciente o inconscientemente, de una determinada concepción del mundo y del hombre, de manera que el supuesto discurso ético libre de todo presupuesto religioso o metafísico se funda a su vez sobre un axioma metafísico e ideológico, concretamente el que se enunciaría diciendo que más allá de la facticidad y de la racionalidad empírica no cabe considerar realidad alguna. Esto es un puro artículo de fe cientificista. Según el credo liberal, la ética no es capaz de verdad. Quien habla de conciencia autónoma, únicamente elige otra forma de expresión para decir que la moral no tiene nada que ver con la verdad. De ahí que la moral sea una cuestión privada. Es evidente que una pura moral privada no le atañe al Estado. En ningún caso le vincula. Cualquier concepción axiológica privada tendría de cara al Estado el mismo derecho. Ahora bien, lo que ha de ser tenido por todos como permitido o prohibido, verdadero o falso, justo o injusto, eso sí debe decretarlo el legislador. El mensaje de que la moral es una cuestión privada conduce a una creciente regulación estatal de todos los aspectos de la vida. Por el contrario, si la moral se fundamenta en la verdad, esto hace que sea la misma para cada individuo y para el Estado. De este modo, la norma de conciencia y el criterio de lo justo son coherentes. Sin embargo, hoy es tabú hablar de una norma de conciencia universalmente válida. Esta ha de subordinarse a la autonomía de la conciencia. De ahí que Hipócrates haya quedado fuera de juego. Hipócrates era médico, no bioético. Él no sometió a los médicos de la escuela de Cos a los condicionamientos de un consenso social, ni de comisiones o consejos. Más bien intentaba vincularles a una norma incondicional de conciencia: “No administraré a nadie un tóxico letal activo, ni aunque me lo pida; tampoco daré a ninguna mujer un medio abortivo”. Hoy muchos médicos están sometidos al llamado consenso social, que les incapacita como sujetos morales y les condena a ser auxiliares de intereses ajenos. En definitiva, les relega a ser meros prestadores de servicios biotécnicos en el mercado. De esta forma, los médicos comienzan a advertir que con su pecado original en la cuestión del aborto, ellos mismos se han enredado en el feo negocio actual de los abortos tardíos. Cara a cara entre médico y paciente La Medicina, como disciplina, entraña por sí misma una autocomprensión moral que se articula a través de la ética profesional. Y ésta se determina en el encuentro entre alguien que necesita ayuda y quien puede prestársela. La situación básica de la práctica médica es el cara a cara entre médico y paciente. Por eso la ética médica obliga en primer término al médico respecto a la persona concreta que se confía a su custodia. Sólo en un segundo momento, y en la medida en que la primera obligación no se contravenga, el médico tiene obligaciones frente a terceros o frente a la sociedad, ya se trate de los colegas, el Estado, las corporaciones institucionales y de asistencia del sistema público de salud, o el anónimo mercado. La alteración de las prioridades corrompe la ética médica. El discurso nacionalsocialista sobre la “salud del pueblo” fue el canto de sirena que sedujo a una parte considerable de la clase médica alemana de aquella época, y la ganó para causas colectivas completamente ajenas a la Medicina. Hace años, hablando de la entrega y de la virtud médica que “exige de sí mismo más que la moral dominante”, Edmund Pellegrino animaba a continuar la senda de tantos médicos que han prestado servicios ejemplares al espíritu humano: “Aunque una sociedad pueda ir al precipicio, los hombres virtuosos serán siempre el norte que señala la vuelta a la sensibilidad moral; los médicos virtuosos son la guía que muestra el camino de regreso a la credibilidad moral para toda la profesión médica”.

3 mar 2009

SÍNTESIS DE LA INSTRUCCIÓN "DIGNITAS PERSONAE SOBRE ALGUNAS CUESTIONES DE BIOÉTICA"

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
Ciudad del Vaticano, Diciembre 12 de 2008
A PROPÓSITO DE LA INSTRUCCIÓN DIGNITAS PERSONÆ
Objetivo En los últimos años las ciencias biomédicas han avanzado considerablemente. Estos avances han abierto nuevas perspectivas terapéuticas pero también han suscitado serios interrogantes que no fueron explícitamente afrontados en la Instrucción Donum viatæ (22 de febrero de 1987). La nueva Instrucción, fechada el 8 de septiembre de 2008, Fiesta de la Natividad de la Virgen María, tiene la intención de responder a algunas nuevas cuestiones en el campo de la Bioética, que suscitan esperanzas pero también perplejidades en sectores cada vez más vastos de la sociedad. En este sentido se «busca promover la formación de las conciencias» (n. 10) y animar una investigación biomédica respetuosa de la dignidad de todo ser humano y de la procreación. Título La Instrucción comienza con las palabras Dignitas personæ – la dignidad de la persona, que se le debe reconocer a todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural. Este principio fundamental «expresa un gran “sí” a la vida humana», la cual «debe ocupar un lugar central en la reflexión ética sobre la investigación biomédica» (n. 1). Valor Se trata de una «Instrucción e naturaleza doctrinal» (n. 1), emanada por la Congregación para la Doctrina de la Fe y aprobada expresamente por el Santo Padre Benedicto XVI. La Instrucción, por lo tanto, pertenece a los documentos que «participan del magisterio ordinario del Sumo Pontífice» (Instrucción Donum veritatis, n. 18), que ha de ser acogido por los fieles «con asentimiento religioso» (Instrucción Dignitas personæ, n. 37). Preparación Desde hace varios años la Congregación para la Doctrina de la Fe estudia las nuevas cuestiones biomédicas con el objeto de actualizar la Instrucción Donum vitæ. Para examinar esas cuestiones nuevas «se han tenido siempre presentes los aspectos científicos correspondientes, aprovechando los estudios llevados a cabo por la Pontificia Academia para la Vida y las aportaciones de un gran número de expertos, para con­frontarlos con los principios de la antropología cristiana. Las Encíclicas Veritatis splendor y Evangelium vitæ de Juan Pablo II, y otras intervenciones del Magisterio, ofre­cen indicaciones claras acerca del método y del contenido para el examen de los problemas considerados» (n. 2). Destinatarios La Instrucción «se dirige a los fieles cristianos y a todos los que buscan la verdad» (n. 3). Cuando la Iglesia propone principios y valoraciones morales para la investigación biomédica sobre la vida humana, «se vale de la razón y de la fe, contribuyendo así a elaborar una visión integral del hombre y de su vocación, capaz de acoger todo lo bueno que surge de las obras humanas y de las tradiciones culturales y religiosas, que frecuen­temente muestran una gran reverencia por la vida» (n. 3). Estructura La Instrucción «comprende tres partes: la primera recuerda algunos aspectos antropológicos, teológicos y éticos de importancia fundamental; la segunda afronta nuevos problemas relativos a la procreación; la tercera parte examina algunas nuevas propuestas terapéuticas que implican la manipulación del embrión o del patrimonio genético humano» (n. 3). Primera parte: Aspectos antropológicos, teológicos y éticosde la vida y la procreación humana Los dos principios fundamentales «El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida» (n. 4). «El origen de la vida humana… tiene su auténtico contexto en el matrimonio y la familia, donde es generada por medio de un acto que expresa el amor recíproco entre el hombre y la mujer. Una procreación verdaderamente responsable para con quien ha de nacer es fruto del matrimonio» (n. 6). Fe y dignidad humana «La Iglesia tiene la convicción de que la fe no sólo acoge y respeta lo que es humano, sino que también lo purifica, lo eleva y lo perfecciona» (n. 7). Dios ha creado a todos los seres humanos a su imagen; en su Hijo encarnado ha revelado plenamente el misterio del hombre; el Hijo hace que podamos llegar a ser hijos de Dios. «A partir del conjunto de estas dos dimensiones, la humana y la divina, se entiende mejor el por qué del valor inviolable del hombre: él posee una vocación eterna y está llamado a compartir el amor trinitario del Dios vivo» (n. 8). Fe y vida matrimonial «Las dimensiones natural y sobrenatural de la vida humana, permiten también comprender mejor en qué sentido los actos que conceden al ser humano la existencia, en los que el hombre y la mujer se entregan mutualmente, son un reflejo del amor trinitario. Dios, que es amor y vida, ha inscrito en el varón y en la mujer la llamada a una especial participación en su misterio de comunión personal y en su obra de Creador y de Padre… El Espíritu Santo infundido en la celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús» (n. 9). Magisterio eclesiástico y autonomía de la ciencia «Juzgando desde el punto de vista ético algunos resultados de las recientes investigaciones de la medicina sobre el hombre y sus orígenes, la Iglesia no interviene en el ámbito de la ciencia médica como tal, sino que invita a los interesados a actuar con responsabilidad ética y social. Ella les recuerda que el valor ético de la ciencia biomédica se mide en referencia tanto al respeto incondicional debido a cada ser humano, en todos los momentos de su existencia, como a la tutela de la especificidad de los actos personales que transmiten la vida» (n. 10). Segunda parte: Nuevos problemas relativos a la procreación Técnicas de asistencia a la fertilidad Entre las técnicas para superar la infertilidad se encuentran las siguientes: «la técnicas de fecundación artificial heteróloga» (n. 12): son las «técnicas ordenadas a obtener artificialmente una concepción humana, a partir de gametos procedentes de al menos un donador diverso de los esposos unidos en matrimonio» (nota 22); «las técnicas de fecundación artificial homóloga» (n. 12): «las técnicas dirigidas a lograr la concepción humana a partir de los gametos de dos esposos unidos en matrimonio» (nota 23); «las técnicas que se configuran como una ayuda al acto conyugal y a su fecundidad» (n. 12); «las intervenciones que tienen por finalidad remover los obstáculos que impiden la fertilidad natural» (n. 13); «el procedimiento de adopción» (n. 13). Al respecto, son lícitas todas las técnicas que respetan «el derecho a la vida y a la integridad física de cada ser humano», «la unidad del matrimonio, que implica el respeto recíproco del derecho de los cónyuges a convertirse en padre y madre solamente el uno a través del otro» y «los valores específicamente humanos de la sexualidad, que «exigen que la procreación de una persona humana sea querida como el fruto del acto conyugal específico del amor entre los esposos» (n. 12). Son «admisibles las técnicas que se configuran como una ayuda al acto conyugal y a su fecundidad… El acto médico es respetuoso de la dignidad de las personas cuando se dirige a ayudar el acto conyugal, ya sea para facilitar su realización, o para que el acto normalmente realizado consiga su fin» (n. 12). «Son ciertamente lícitas las intervenciones que tienen por finalidad remover los obstáculos que impiden la fertilidad natural» (n. 13). «Habría que alentar, promover y facilitar… el procedimiento de adopción de los numerosos niños huérfanos». Es importante estimular «las investigaciones e inversiones dedicadas a la prevención de la esterilidad» (n. 13). Fecundación in vitro y eliminación voluntaria de embriones La experiencia de los últimos años ha demostrado que en el contexto de las técnicas de fecundación in vitro «el número de embriones sacrificados es altísimo» (n. 14): arriba del 80% en los centros más importantes (cf. nota 27). «Los embriones defectuosos, producidos in vitro, son directamente descartados»; muchas parejas «recurren a las técnicas de procreación artificial con el único objetivo de poder hacer una selección genética de sus hijos»; entre los embriones producidos in vitro «un cierto número es transferido al seno materno, mientras los demás se congelan»; la técnica de la transferencia múltiple, o sea «de un número mayor de embriones con respecto al hijo deseado, previendo que algunos se pierdan…, lleva de hecho a un trato puramente instrumental de los embriones» (n. 15). «La aceptación pasiva de la altísima tasa de pérdidas (abortos) producidas por las técnicas de fecundación in vitro demuestra con elocuencia que la substitución del acto conyugal con un procedimiento técnico… contribuye a debilitar la conciencia del respeto que se le debe a cada ser humano. Por el contrario, la conciencia de tal respeto se ve favorecida por la intimidad de los esposos animada por el amor conyugal… Frente a la instrumentalización del ser huma­no en el estadio embrionario, hay que repetir que el amor de Dios no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su imagen y semejanza… Por eso el Magisterio de la Iglesia ha proclamado constan­te­mente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural» (n. 16). La Inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI) Es una variante de la fecundación in vitro, en la que «la fecundación no ocurre espontáneamente en la probeta, sino a través de la inyección en el citoplasma del óvulo de un solo espermatozoide previamente seleccionado, y a veces a través de la inyección de elementos inmaduros de la línea germinal masculina» (nota 32). Esa técnica es moralmente ilícita: «supone una completa disociación entre la procreación y el acto conyugal», «se realiza fuera del cuerpo de los cónyuges por medio de gestos de terceras personas, cuya competencia y actividad técnica determina el éxito de la intervención; confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana» (n. 17). El congelamiento de embriones «Para no repetir la extracción de óvulos de la mujer, se procede a una única extracción múltiple, seguida por la crioconservación de una parte importante de los embriones producidos in vitro. Esto se hace previendo la posibilidad de un segundo ciclo de tratamiento, en el caso de que fracase el primero, o bien porque los padres podrían querer otro embarazo» (n. 18). El congelamiento o la crioconservación en relación a los embriones «es un procedimiento de enfriamiento a bajísimas temperaturas para permitir una larga conservación» (nota 35). «La crioconservación es incompatible con el respeto debido a los embriones humanos: presupone su producción in vitro; los expone a graves riesgos de muerte o de daño a su integridad física, en cuanto un alto porcentaje no sobrevive al procedimiento de congelación y descongelación; los priva al menos temporalmente de la acogida y gestación materna; los pone en una situación susceptible de ulteriores ofensas y manipulaciones» (n. 18). En lo que se refiere al gran número de embriones congelados ya existentes, ¿qué hacer con ellos? Al respecto, todas las propuestas presentadas (usarlos para la investigación o destinarlos a usos terapéuticos; descongelarlos y, sin activarlos usarlos para la investigación como si fueran simples cadáveres; ponerlos a disposición de las parejas infértiles, como “terapia de la infertilidad”; proceder a una forma de “adopción prenatal”) ponen diferentes tipos de problemas. «En definitiva, es necesario constatar que los millares de embriones que se encuentran en estado de abandono determinan una situación de injusticia que es de hecho irreparable. Por ello Juan Pablo II dirigió una llamada a la conciencia de los responsables del mundo científico, y de modo particular a los médicos para que se detenga la producción de embriones humanos, teniendo en cuenta que no se vislumbra una salida moralmente lícita para el destino humano de los miles y miles de embriones “congelados”, que son y siguen siendo siempre titulares de los derechos esenciales y que, por tanto, hay que tutelar jurídicamente como personas humanas» (n. 19). El congelamiento de los óvulos «Para evitar los graves problemas éticos suscitados por la crioconservación de embriones, en el ámbito de las técnicas de fecundación in vitro, se ha presentado la propuesta de congelar los óvulos» (n. 20). Al respecto, la crioconservación de los óvulos, que en sí no es inmoral y se sitúa en otros contextos que aquí no son considerados, «en orden al proceso de procreación artificial es moralmente inaceptable» (n. 20). La reducción embrionaria «Algunas técnicas usadas en la procreación artificial, sobre todo la transfe­rencia de varios embriones al seno materno, han dado lugar a un aumento significativo del porcentaje de embarazos múltiples. Debido a esto se ha ideado la llamada reducción embrionaria, que consiste en una intervención para reducir el número de embriones o fetos presentes en el seno materno mediante la directa supresión de algunos» (n. 21). «Desde el punto de vista ético, la reducción embrionaria es un aborto intencional selectivo. Se trata, en efecto, de una eliminación deliberada y directa de uno o más seres humanos inocentes en la fase inicial de su existencia, y como tal constituye siempre un desorden moral grave» (n. 21). El diagnóstico preimplantatorio «El diagnóstico preimplantatorio es una forma de diagnóstico prenatal, vinculada a las técnicas de fecundación artificial, que prevé el diagnóstico genético de los embriones formados in vitro, antes de su traslado al seno materno. Se efectúa con objeto de tener la seguridad de trasladar a la madre sólo embriones sin defectos o con un sexo determinado o con algunas cualidades particulares» (n. 22). A diferencia de «otros tipos de diagnóstico prenatal… al diagnóstico preimplantatorio… sigue ordina­riamente la eliminación del embrión que ha sido designado como “sospechoso” de poseer defectos genéticos o cromosómicos, o de ser de un sexo no querido o de tener cualidades no deseadas. El diagnóstico preimplantatorio… se ordena de hecho a una selección cualitativa con la consecuente destrucción de embriones, la cual se configura como una práctica abortiva precoz… Tratando el embrión humano como simple “material de laboratorio”, se produce también una alteración y una discriminación en lo que se refiere al concepto mismo de dignidad humana… Tal discriminación es inmoral y debería ser considerada jurídicamente inaceptable» (n. 22). Nuevas formas de intercepción y contragestación Hay medios técnicos que actúan después de la fecundación, una vez constituido el embrión. «Estas técnicas son interceptivas cuando interceptan el embrión antes de su anidación en el útero materno» (n. 23), por ejemplo, a través del «espiral… y la llamada "píldora del día siguiente"» (nota 42). Son «contragestativas cuando provocan la eliminación del embrión apenas implantado» (n. 23), por ejemplo a través de «la píldora RU 486» (nota 43). Si bien es cierto que los interceptivos no provocan un aborto cada vez que se usan, pues no siempre se da la fecundación después de una relación sexual, hay que hacer notar «que la intencionalidad abortiva generalmente está presente en la persona que quiere impedir la implantación de un embrión en el caso de que hubiese sido concebido y que, por tanto, pide o prescribe fármacos interceptivos. En el caso de la contragestación «se trata del aborto de un embrión apenas anidado… El uso de los medios de intercepción y contragestación forma parte del pecado de aborto y es gravemente inmoral» (n. 23). Tercera parte: Nuevas propuestas terapéuticasque comportan la manipulación del embrióno del patrimonio genético humano La terapia génica Por terapia génica se entiende «la aplicación al hombre de las técnicas de ingeniería genética con una finalidad terapéutica, es decir, con el objetivo de curar enfermedades de origen genético» (n. 25). La terapia génica somática «se propone eliminar o reducir defectos genéticos presentes a nivel de células somáticas» (n. 25). La terapia génica germinal «apunta en cambio a corregir defectos genéticos presentes en células de la línea germinal, de modo que los efectos terapéuticos conseguidos sobre el sujeto se transmitan a su eventual descendencia» (n. 25). Desde el punto de vista ético hay que tener presente lo siguiente: En lo que se refiere a las intervenciones de terapia génica somática, estas «son, en principio, moralmente lícitas… Puesto que la terapia génica puede comportar riesgos significativos para el paciente, hay que observar el principio deontológico general según el cual, para realizar una intervención terapéutica, es necesario asegurar previamente que el sujeto tratado no sea expuesto a riesgos para su salud o su integridad física, que sean excesivos o desproporcionados con respecto a la gravedad de la patología que se quiere curar. También se exige que el paciente, previamente informado, dé su consentimiento, o lo haga un legítimo representante suyo» (n. 26). En lo se refiere a la terapia génica germinal, «los riesgos vinculados a cada manipulación genética son significativos y todavía poco controlables, en el estado actual de la investigación, no es moralmente admisible actuar de modo tal que los daños potenciales consiguientes se puedan difundir en la descendencia» (n. 26). En lo se refiere a la hipótesis de la aplicación de la ingeniería genética con el presunto fin de mejorar y potenciar la dotación genética, tales manipulaciones favorecen «una mentalidad eugenésica e introducen indirectamente un estigma social en los que no poseen dotes particulares, mientras enfatizan otras cualidades que son apreciadas por determinadas culturas y sociedades, sin constituir de por sí lo que es específicamente humano. Esto contrasta con la verdad fundamental de la igualdad de todos los seres humanos, que se traduce en el principio de justicia, y cuya violación, a la larga, atenta contra la convivencia pacífica entre los hombres… Finalmente hay que notar que en el intento de crear un nuevo tipo de hombre se advierte fácilmente una cuestión ideológica: el hombre pretende sustituirse al Creador» (n. 27). La clonación humana Por clonación humana se entiende «la reproducción asexual y agámica de la totalidad del organismo humano, con objeto de producir una o varias “copias” substancialmente idénticas, desde el punto de vista genético, al único progenitor» (n. 28). «Las técnicas propuestas para realizar la clonación humana son dos: fisión gemelar y transferencia del núcleo. La fisión gemelar consiste en la separación artificial de células individuales o grupos de células del embrión, en las primeras fases del desarrollo, y en su subsiguiente traslado al útero, para conseguir artificialmente embriones idénticos. La transferencia de núcleo, o clonación propiamente dicha, consiste en la introducción de un núcleo extraído de una célula embrionaria o somática en un óvulo anteriormente privado de su núcleo, seguido por la activación de este óvulo que, por consiguiente, debería desarrollarse como embrión» (nota 47). «La clonación se propone con dos objetivos fundamentales: reproductivo, es decir, para conseguir el nacimiento de un niño clonado, y terapéutico o de investigación» (n. 28). La clonación humana es «intrínsecamente ilícita pues… se propone dar origen a un nuevo ser humano sin conexión con el acto de recíproca donación entre dos cónyuges y, más radicalmente, sin ningún vínculo con la sexualidad. Tal circunstancia da lugar a abusos y a manipulaciones gravemente lesivas de la dignidad humana» (n. 28). En lo que se refiere a la cloración reproductiva, «se impondría al sujeto clonado un patrimonio genético preordenado, sometiéndolo de hecho a una forma de esclavitud biológica de la que difícilmente podría liberarse. El hecho de que una persona se arrogue el derecho de determinar arbitrariamente las características genéticas de otra persona, representa una grave ofensa a la dignidad de esta última y a la igualdad fundamental entre los hombres… Cada uno de nosotros encuentra en el otro a un ser humano que debe su existencia y sus características personales al amor de Dios, del cual sólo el amor entre los cónyuges constituye una mediación conforme al designio de nuestro Creador y Padre del Cielo» (n. 29). En lo que refiere a la clonación terapéutica, es necesario precisar que «producir embriones con el propósito de destruirlos, aunque sea para ayudar a los enfermos, es totalmente incompatible con la dignidad humana, porque reduce la existencia de un ser humano, incluso en estado embrionario, a la categoría de instrumento que se usa y destruye. Es gravemente inmoral sacrificar una vida humana para finalidades terapéuticas» (n. 30). El uso terapéutico de las células troncales «Las células troncales o células madre son células indiferenciadas que poseen dos características fundamentales: a) la prolongada capacidad de multiplicarse sin diferenciarse; b) la capacidad de dar origen a células progenitoras de tránsito, de las que descienden células sumamente diferenciadas, por ejemplo, nerviosas, musculares o hemáticas. Desde la verificación experimental de que las células troncales transplantadas a un tejido dañado tienden a favorecer la repoblación de células y la regeneración del tejido, se han abierto nuevas perspectivas para la medicina regenerativa, que han suscitado gran interés entre los investigadores de todo el mundo» (n. 31). Para la valoración ética, hay que considerar sobre todo los métodos de recolección de células troncales. «Se deben considerar lícitos los métodos que no procuran grave daño al sujeto del que se extraen. Esta condición se verifica generalmente en el caso de: a) extracción de células de tejidos de un organismo adulto; b) de la sangre del cordón umbilical en el momento del parto; c) de los tejidos de fetos muertos de muerte natural» (n. 32). «La extracción de células troncales del embrión humano viviente causa inevitablemente su destrucción, resultando por consiguiente gravemente ilícita… En este caso «la investigación… no se pone verdaderamente al servicio de la humanidad, pues implica la supresión de vidas humanas que tienen igual dignidad que los demás individuos humanos y que los investigadores» (n. 32). «El uso de células troncales embrionarias o de células diferenciadas derivadas de ellas, que han sido eventualmente provistas por otros investigadores mediante la supresión de embriones o que están disponibles en comercio, pone serios problemas desde el punto de vista de la cooperación al mal y del escándalo» (n. 32). Se hace notar, de todas formas, que muchos estudios tienden a reconocer resultados más positivos a las células troncales adultas que a las embrionarias. Los intentos de hibridación «Recientemente se han utilizado óvulos de animales para la reprogramación de los núcleos de las células somáticas humanas… con el fin de extraer células troncales embrionarias de los embriones resultantes, sin tener que recurrir a la utilización de óvulos humanos» (n. 33). «Desde un punto de vista ético, tales procedimientos constituyen una ofensa a la dignidad del ser humano, debido a la mezcla de elementos genéticos humanos y animales capaz de alterar la identidad específica del hombre» (n. 33). La utilización de “material biológico” humano de origen ilícito Para la investigación científica y la elaboración de distintos productos, a veces se usan embriones o líneas celulares que son el resultado de intervenciones ilícitas contra la vida o la integridad física del ser humano. En relación a la experimentación con embriones, ello «constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona». Estas formas de experimentación constituyen siempre un desorden moral grave» (n. 34). obre el uso de los investigadores de "material biológico" de origen ilícito, que ha sido producido fuera de sus centros de investigación, o que se encuentra en comercio, «se debe salvaguardar además la exigencia moral de que no haya habido complicidad alguna con el aborto voluntario, y de evitar el peligro de escándalo. En ese sentido es insuficiente el criterio de independencia formulado por algunos comités de ética, según el cual sería éticamente lícita la utilización de "material biológico" de origen ilícito, a condición de que exista una separación clara entre los que producen, congelan y dan muerte a los embriones, y los investigadores que desarrollan la experimentación científica». Hay que precisar que «el deber de rechazar el "material biológico" deriva de la obligación de separarse, en el ejercicio de la propia actividad de investigación, de un marco legislativo gravemente injusto y de afirmar con claridad el valor de la vida humana… Por eso el mencionado criterio de independencia es necesario, pero puede ser éticamente insuficiente» (n. 35). «Por supuesto, dentro de este marco general existen diferentes grados de responsabilidad. Razones de particular gravedad podrían ser moralmente proporcionadas como para justificar el uso de ese “material biológico”. Así, por ejemplo, el peligro para la salud de los niños podría autorizar a sus padres a utilizar una vacuna elaborada con líneas celulares de origen ilícito, quedando en pié el deber de expresar su desacuerdo al respecto y de pedir que los sistemas sanitarios pongan a disposición otros tipos de vacunas. Por otro lado, debemos tener en cuenta que en las empresas que utilizan líneas celulares de origen ilícito no es idéntica la responsabilidad de quienes deciden la orientación de la producción y la de aquellos que no tienen poder de decisión» (n. 35). [01914-04.01] [Texto original: Español]

CUANDO YA NO SE PUEDE CURAR

Poco a poco la medicina paliativa va abriéndose camino como el modo más digno de tratar al enfermo terminal. Tan anti-ético es provocar la muerte con la eutanasia como ocasionar sufrimientos inútiles con el ensañamiento terapéutico. En cambio, la medicina paliativa es una especialidad que necesita grandes dosis de ciencia y de humanidad. La medicina paliativa pone singularmente de relieve dos aspectos nucleares de la ética médica: el respeto médico hacia los débiles y el reconocimiento del carácter finito de las intervenciones curativas del médico. La medicina paliativa se las ve con pacientes desahuciados, terminales. Unas veces, su ruina es prevalentemente física y marcada por el avance incontenible del fallo orgánico. Otras veces, lo más saliente es el deterioro de la vida de relación: la demencia, la lesión cerebral, el coma persistente. Los médicos, ante esas vidas irreversiblemente dañadas, ¿cómo han de hacerles frente? Algunos estiman que hay seres humanos tan estragados por la enfermedad y el sufrimiento que se les han de denegar no sólo las intervenciones curativas, ya inútiles, y los cuidados sintomáticos, sino también la alimentación y la hidratación. Más aún: a algunos de ellos se les debe aliviar por medio de la eutanasia, que es la única intervención médica que les puede beneficiar. Tal actitud, además de suponer una subversión total de la tradición ética del respeto a la vida, reniega del futuro, pues renuncia a extender el dominio de la medicina. La especial dignidad del débil Una de las ideas más fecundas y positivas, tanto para el progreso de la sociedad como para la educación de cada ser humano, consiste en comprender que los débiles son importantes. De esa idea nació precisamente la medicina. Pero, a pesar de dos milenios de cristianismo, el respeto a los débiles sigue encontrando resistencia en el interior de cada uno de nosotros y en el seno de la sociedad. Hoy el rechazo de la debilidad es aceptado y ejercido en una escala sin precedentes. Ser débil era, en la tradición médica cristiana, título suficiente para hacerse acreedor al respeto y a la protección. Hoy, en ciertos ambientes, la debilidad es un estigma que marca para la destrucción. La medicina no es inmune a esa nueva mentalidad. Aquélla no tendría ya por fin exclusivo curar al enfermo y, si eso no es posible, aliviar sus sufrimientos y consolarle, sino restaurar un nivel exigente, casi perfecto, de calidad de vida. El hospital se convierte así en un taller de reparaciones: o arregla los desperfectos o destina a la chatarra. Los médicos necesitan comprender que su primer deber ético, el respeto a la vida, toma de ordinario la forma de respeto a la vida debilitada. En toda medicina el respeto a la vida está unido de forma indisoluble a la aceptación de la vulnerabilidad, de la fragilidad esencial del hombre, de la inevitabilidad de la muerte. El médico no tiene que vérselas con los sanos y fuertes, sino con los enfermos y débiles, con gente que pierde su vigor físico, sus facultades mentales; la vida, en definitiva. Al médico se le plantea, en cada encuentro con sus pacientes incurables, una cuestión previa: la de reconocer, detrás de aquella apariencia dolorida o degradada, toda la dignidad de un hombre. La enfermedad terminal tiende a eclipsar la dignidad, a destruirla. La salud confiere, en cierto modo, la capacidad de alcanzar una humanidad plena; por el contrario, sufrir una enfermedad incurable supone, de mil modos diferentes, una limitación terrible de la capacidad de llegar a ser, o de seguir siendo, plenamente hombre. Porque una enfermedad seria o incapacitante, y mucho más si es terminal, no consiste sólo en graves y críticos trastornos musculares o celulares: constituye también, y principalmente, una amenaza a la integridad personal, que pone a prueba al enfermo en cuanto hombre. El buen médico no puede olvidarse de esto cuando está con sus enfermos y los atiende. No discriminar Res sacra miser. Con esta denominación de origen cristiano-estoico, recuperada por Vogelsanger, se expresa de modo magnífico la especial dignidad del enfermo desahuciado. Traduce de maravilla la coexistencia de lo sagrado de toda vida humana con la ruina biológica causada por la enfermedad. Sólo si la situación del enfermo se considera a esta luz, se descubre no sólo que su vida es inviolable, sino que hay una obligada responsabilidad de los sanos de cuidarle, función que es delegada en el médico. La coexistencia, arriba aludida, de dignidad y decaimiento está en la raíz de la ética de toda medicina, pero en especial de la paliativa, con su obligación científica de observar el organismo enfermo, de cosificarlo, para estudiarlo mejor. El paciente terminal tiene derecho a la atención del médico, a su tiempo, a su capacidad, a sus habilidades. Lo tiene en la misma medida que el enfermo que puede ser curado y reintegrado a la normalidad. Existe la obligación de atender a cada uno tal como es, sin discriminaciones. Pero con demasiada frecuencia, el paciente terminal recibe menos atención y afecto. Por eso, el médico necesita revisar con frecuencia cuál es su conducta en relación con el principio ético de no-discriminar. Huir de las intervenciones fútiles Es esencial que el médico acierte a reconocer los límites prácticos y éticos de su poder: no le basta saber que, de hecho, ni es todopoderoso técnicamente ni lo puede arreglar todo. Debe tener presente que hay límites éticos que no puede sobrepasar porque su acción es inútil. Para ello, al médico le son necesarias dos cosas: la primera es tener una idea precisa de que sus medios de actuación son limitados, finitos; la segunda es comprender que ni la obstinación ni el abandono son respuestas éticas a la situación terminal: sí lo es la medicina paliativa. Se trabaja ahora activamente en definir, en términos éticos y en protocolos clínicos, la noción de futilidad médica. Hay una futilidad diagnóstica, lo mismo que hay una futilidad terapéutica. Junto al bien conocido ensañamiento terapéutico, hay también una obstinación diagnóstica, antiéticos uno y otra. La frontera entre la recta conducta paliativa y el error del celo excesivo no está clara en muchas situaciones clínicas. Tampoco se conoce exactamente el rendimiento de muchas intervenciones médicas. Siempre habrá una franja más o menos ancha de incertidumbre, en la que el médico tendrá que decidir en la indeterminación e inclinarse por ofrecer a su paciente el beneficio de la duda. El buen médico tendrá siempre presente que, inevitablemente, llegará a un punto en que las ganancias de sus intervenciones serán desproporcionadamente exiguas en relación con el perjuicio y sufrimiento que provocan o el gasto económico que originan. No puede olvidar el riesgo de que el remedio resulte peor que la enfermedad. Visión binocular Para no desorientarse en el complejo curso de su relación con el enfermo terminal, para no perder la perspectiva, el médico paliativo ha de observar a su paciente con una visión binocular. Ha de mantener constantemente despierta la conciencia de que su relación con el enfermo es, de un lado, una relación interpersonal: tiene delante a un ser humano, cuyas convicciones y deseos han de ser tenidos en cuenta y cumplidos en la medida de lo razonable. Esa relación personal ha de extenderse también a los allegados del enfermo. Eso ha de verlo el médico con su ojo sensible a lo humano y personal de su paciente. Pero, al mismo tiempo, ha de atender a las necesidades y límites de la precaria biología del paciente terminal, de la vida que se va apagando. Con el ojo científico, el médico ha de ver por debajo de la piel del paciente terminal un objeto biológico gravemente trastornado. El paciente no puede ser reducido nunca a un mero conjunto de moléculas desarregladas o de órganos desconcertados, a un sistema fisiopatológico caótico y desintegrado. Es esas cosas y, a la vez, una persona. La visión binocular del médico ha de integrar, superponer, la imagen de ese sistema fisiopatológico, trastornado más allá de toda posibilidad de arreglo, con la de ese ser humano al que no puede abandonar, al que ha de respetar y cuidar hasta el final. Ahí está la grandeza y el riesgo de la medicina paliativa. Ver simultáneamente a las personas, para seguir a su lado, y ver su biología naufragada, para abstenerse de acciones fútiles. Siempre necesita el médico ver con esa visión binocular, pues lo exige su doble condición de cuidador de los hombres y de cultivador de la ciencia natural. En el curso de la relación médico-paciente, el médico ha de alternar los momentos en los que observa la relación principal yo-tú, de sujeto a sujeto, interpersonal, y los momentos en que la deja fuera de foco, para fijar su atención en el paciente-objeto, en los que el paciente es convertido en objeto de observación e intervención científico-natural, para determinar así la naturaleza del proceso patológico y del tratamiento correspondiente. Aliviar y consolar La evaluación clínica de los datos obtenidos mediante la exploración física, los análisis bioquímicos o la invasión instrumental, simboliza ese elemento objetivo en la relación médico-enfermo, que, por su propia naturaleza, exige el máximo desasimiento posible de toda consideración subjetiva, de toda vinculación emocional o afectiva. El médico no podría ser un buen médico si, en ese momento, no deja a un lado la compasión y la simpatía, y calcula fríamente cuáles han de ser los términos justos de su intervención. Llega, lamentablemente, el momento en que los indicadores científico-objetivos sentencian que el proceso es ya irreversible y que se ha iniciado la fase terminal de la enfermedad. El médico debe entonces abandonar la idea de curar y emplearse en el oficio, muy exigente de ciencia, de competencia y de humanidad, que consiste en aliviar y consolar. El reconocimiento de que ya nada curativo queda por hacer es una manifestación neta de humanidad, un acto ético elevado, lleno de solicitud. Puede ser una coyuntura psicológica difícil para todos: para el paciente, sus allegados y el médico, pues puede poner a prueba la confianza que aquéllos tienen en él. Pero la gente va entendiendo que hoy su confianza en el médico ya no se puede basar principalmente en la simpatía campechana e indulgente del doctor, en su humanidad en sentido popular. Esa confianza se apoya cada vez más en la objetividad científica del médico, en su competencia, en su familiaridad con los métodos de diagnóstico y tratamiento aceptados, en su templada renuncia a lo fútil, en su dominio de la medicina paliativa. La prueba de Ruskin A todos, médicos o no, nos conviene someternos a lo que suelo llamar la prueba de Ruskin. Es una piedra de toque para medir la firmeza de nuestro compromiso de no discriminar. Ruskin pidió, en una ocasión, a las enfermeras que participaban en un curso sobre “Aspectos psicosociales de la vejez” que describieran con sencillez cuál sería su estado de ánimo si tuvieran que asistir a casos como el descrito a continuación: Una paciente que aparenta su edad cronológica. No se comunica verbalmente, ni comprende la palabra hablada. Balbucea de modo incoherente durante horas, parece desorientada en cuanto a su persona, al espacio y al tiempo, aunque da la impresión de que reconoce su propio nombre. No se interesa ni coopera en su propio aseo. Hay que darle de comer comidas blandas, pues no tiene dentadura. Presenta incontinencia de orina y heces, por lo que hay que cambiarla y bañarla a menudo. Babea continuamente y su ropa está siempre manchada. No es capaz de andar. Su patrón de sueño es errático, se despierta frecuentemente por la noche y con sus gritos despierta a los demás. Aunque la mayor parte del tiempo parece tranquila y amable, varias veces al día, y sin causa aparente, se pone muy agitada y estalla en crisis de llanto inmotivado. Así son sus días y sus noches. La respuesta que suelen ofrecer los alumnos es, en general, negativa. “Cuidar de un caso así sería devastador, un modo de dilapidar el tiempo de médicos y enfermeras. Casos como éste deberían estar en los asilos: no hay nada que hacer por ellos”, dicen unos. La Prueba de Ruskin termina haciendo circular entre los participantes la fotografía de la paciente referida: una preciosa criatura de seis meses de edad. Una vez que se sosiegan las protestas del auditorio por haber sido víctimas de un engaño, es el momento de considerar si el solemne y autogratificante compromiso de no discriminar puede ceder ante las diferencias de peso, de edad, de perspectiva vital, de sentimientos que inspira el aspecto físico de los distintos pacientes, o si, por el contrario, ha de sobreponerse a esos datos circunstanciales. Es obvio que muchos estudiantes y médicos han de cambiar su modo sentimental de ver a sus enfermos. Han de convencerse de que la paciente anciana es, como ser humano, tan digna y amable como la niña. Y los enfermos que están consumiendo los últimos días de su existencia, incapacitados por la demencia o el dolor, merecen el mismo cuidado y atención que los que están iniciando sus vidas en la incapacidad de la primera infancia.
GONZALO HERRANZ

MAGISTERIO DE LA IGLESIA

DECLARACIÓN «IURA ET BONA» SOBRE LA EUTANASIA
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE Introducción Los derechos y valores inherentes a la persona humana ocupan un puesto importante en la problemática contemporánea. A este respecto, el Concilio Ecuménico Vaticano II ha reafirmado solemnemente la dignidad excelente de la persona humana y de modo particular su derecho a la vida. Por ello ha denunciado los crímenes contra la vida, como "homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado" (Gaudium et spes, 27). La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, que recientemente ha recordado la doctrina católica acerca del aborto procurado [1], juzga oportuno proponer ahora la enseñanza de la Iglesia sobre el problema de la eutanasia. En efecto, aunque continúen siendo siempre válidos los principios enunciados en este terreno por los últimos Pontífices [2], los progresos de la medicina han hecho aparecer, en los recientes años, nuevos aspectos del problema de la eutanasia que deben ser precisados ulteriormente en su contenido ético. En la sociedad actual, en la que no raramente son cuestionados los mismos valores fundamentales de la vida humana, la modificación de la cultura influye en el modo de considerar el sufrimiento y la muerte; la medicina ha aumentado su capacidad de curar y de prolongar la vida en determinadas condiciones que a veces ponen problemas de carácter moral. Por ello los hombres que viven en tal ambiente se interrogan con angustia acerca del significado de la ancianidad prolongada y de la muerte, preguntándose consiguientemente si tienen el derecho de procurarse a sí mismos o a sus semejantes la "muerte dulce", que serviría para abreviar el dolor y sería, según ellos más conforme con la dignidad humana. Diversas Conferencias Episcopales han preguntado al respecto a esta Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual, tras haber pedido el parecer de personas expertas acerca de los varios aspectos de la eutanasia, quiere responder con esta Declaración a las peticiones de los obispos, para ayudarles a orientar rectamente a los fieles y ofrecerles elementos de reflexión que puedan presentar a las autoridades civiles a propósito de este gravísimo problema. La materia propuesta en este documento concierne ante todo a los que ponen su fe y esperanza en Cristo, el cual mediante su vida, muerte y resurrección ha dado un nuevo significado a la existencia y sobre todo a la muerte del cristiano, según las palabras de San Pablo: "pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos" (Rom. 14, 8; Flp 1, 20). Por lo que se refiere a quienes profesan otras religiones, muchos admitirán con nosotros que la fe —si la comparten— en un Dios creador, Providente y Señor de la vida confiere un valor eminente a toda persona humana y garantiza su respeto. Confiamos, sin embargo, en que esta Declaración recogerá el consenso de tantos hombres de buena voluntad, los cuales, por encima de diferencias filosóficas o ideológicas, tienen una viva conciencia de los derechos de la persona humana. Tales derechos, por lo demás, han sido proclamados frecuentemente en el curso de los últimos años en declaraciones de Congresos Internacionales [3]; y tratándose de derechos fundamentales de cada persona humana, es evidente que no se puede recurrir a argumentos sacados del pluralismo político o de la libertad religiosa para negarles valor universal. I. Valor de la vida humana La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Si la mayor parte de los hombres creen que la vida tiene un carácter sacro y que nadie puede disponer de ella a capricho, los creyentes ven a la vez en ella un don del amor de Dios, que son llamados a conservar y hacer fructificar. De esta última consideración brotan las siguientes consecuencias: 1. Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin oponerse al amor de Dios hacia él, sin violar un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable, sin cometer, por ello, un crimen de extrema gravedad [4]. 2. Todo hombre tiene el deber de conformar su vida con el designio de Dios. Esta le ha sido encomendada como un bien que debe dar sus frutos ya aquí en la tierra, pero que encuentra su plena perfección solamente en la vida eterna. 3. La muerte voluntaria o sea el suicidio es, por consiguiente, tan inaceptable como el homicidio; semejante acción constituye en efecto, por parte del hombre, el rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de amor. Además, el suicidio es a menudo un rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida, una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas comunidades y hacia la sociedad entera, aunque a veces intervengan, como se sabe, factores psicológicos que pueden atenuar o incluso quitar la responsabilidad. Se deberá, sin embargo, distinguir bien del suicidio aquel sacrificio con el que, por una causa superior —como la gloria de Dios, la salvación de las almas o el servicio a los hermanos— se ofrece o se pone en peligro la propia vida. II. La eutanasia Para tratar de manera adecuada el problema de la eutanasia, conviene ante todo precisar el vocabulario. Etimológicamente la palabra eutanasia significaba en la antigüedad una muerte dulce sin sufrimientos atroces. Hoy no nos referimos tanto al significado original del término, cuanto más bien a la intervención de la medicina encaminada a atenuar los dolores de la enfermedad y da la agonía, a veces incluso con el riesgo de suprimir prematuramente la vida. Además el término es usado, en sentido mas estricto, con el significado de "causar la muerte por piedad", con el fin de eliminar radicalmente los últimos sufrimientos o de evitar a los niños subnormales, a los enfermos mentales o a los incurables la prolongación de una vida desdichada, quizás por muchos años que podría imponer cargas demasiado pesadas a las familias o a la sociedad. Es pues necesario decir claramente en qué sentido se toma el término en este documento. Por eutanasia se entiende una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa pues en el nivel de las intenciones o de los métodos usados. Ahora bien, es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad. Podría también verificarse que el dolor prolongado e insoportable, razones de tipo afectivo u otros motivos diversos, induzcan a alguien a pensar que puede legítimamente pedir la muerte o procurarla a otros. Aunque en casos de ese género la responsabilidad personal pueda estar disminuida o incluso no existir, sin embargo el error de juicio de la conciencia —aunque fuera incluso de buena fe— no modifica la naturaleza del acto homicida, que en sí sigue siendo siempre inadmisible. Las súplicas de los enfermos muy graves que alguna vez invocan la muerte no deben ser entendidas como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas en efecto son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto. Además de los cuidados médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano y sobrenatural, con el que pueden y deben rodearlo todos aquellos que están cercanos, padres e hijos, médicos y enfermeros. III. El cristiano ante el sufrimiento y el uso de los analgésicos La muerte no sobreviene siempre en condiciones dramáticas, al final de sufrimientos insoportables. No debe pensarse únicamente en los casos extremos. Numerosos testimonios concordes hacen pensar que la misma naturaleza facilita en el momento de la muerte una separación que sería terriblemente dolorosa para un hombre en plena salud. Por lo cual una enfermedad prolongada, una ancianidad avanzada, una situación de soledad y de abandono, pueden determinar tales condiciones psicológicas que faciliten la aceptación de la muerte. Sin embargo se debe reconocer que la muerte precedida o acompañada a menudo de sufrimientos atroces y prolongados es un acontecimiento que naturalmente angustia el corazón del hombre. El dolor físico es ciertamente un elemento inevitable de la condición humana, a nivel biológico, constituye un signo cuya utilidad es innegable; pero puesto que atañe a la vida psicológica del hombre, a menudo supera su utilidad biológica y por ello puede asumir una dimensión tal que suscite el deseo de eliminarlo a cualquier precio. Sin embargo, según la doctrina cristiana, el dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la vida, asume un significado particular en el plan salvífico de Dios; en efecto, es una participación en la pasión de Cristo y una unión con el sacrificio redentor que Él ha ofrecido en obediencia a la voluntad del Padre. No debe pues maravillar si algunos cristianos desean moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado (cf. Mt 27, 34). No sería sin embargo prudente imponer como norma general un comportamiento heroico determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana sugiere para la mayor parte de los enfermos el uso de las medicinas que sean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor, aunque de ello se deriven, como efectos secundarios, entorpecimiento o menor lucidez. En cuanto a las personas que no están en condiciones de expresarse, se podrá razonablemente presumir que desean tomar tales calmantes y suministrárseles según los consejos del médico. Pero el uso intensivo de analgésicos no está exento de dificultades, ya que el fenómeno de acostumbrarse a ellos obliga generalmente a aumentar la dosis para mantener su eficacia. Es conveniente recordar una declaración de Pío XII que conserva aún toda su validez. Un grupo de médicos le había planteado esta pregunta: "¿La supresión del dolor y de la conciencia por medio de narcóticos ... está permitida al médico y al paciente por la religión y la moral (incluso cuando la muerte se aproxima o cuando se prevé que el uso de narcóticos abreviará la vida)?". El Papa respondió: "Si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales: Sí" [5]. En este caso, en efecto, está claro que la muerte no es querida o buscada de ningún modo, por más que se corra el riesgo por una causa razonable: simplemente se intenta mitigar el dolor de manera eficaz, usando a tal fin los analgésicos a disposición de la medicina. Los analgésicos que producen la pérdida de la conciencia en los enfermos, merecen en cambio una consideración particular. Es sumamente importante, en efecto, que los hombres no sólo puedan satisfacer sus deberes morales y sus obligaciones familiares, sino también y sobre todo que puedan prepararse con plena conciencia al encuentro con Cristo. Por esto, Pío XII advierte que "no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo" [6]. IV. El uso proporcionado de los medios terapéuticos Es muy importante hoy día proteger, en el momento de la muerte, la dignidad de la persona humana y la concepción cristiana de la vida contra un tecnicismo que corre el riesgo de hacerse abusivo. De hecho algunos hablan de "derecho a morir" expresión que no designa el derecho de procurarse o hacerse procurar la muerte como se quiere, sino el derecho de morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana. Desde este punto de vista, el uso de los medios terapéuticos puede plantear a veces algunos problemas. En muchos casos, la complejidad de las situaciones puede ser tal que haga surgir dudas sobre el modo de aplicar los principios de la moral. Tomar decisiones corresponderá en último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos del caso. Cada uno tiene el deber de curarse y de hacerse curar. Los que tienen a su cuidado los enfermos deben prestarles su servicio con toda diligencia y suministrarles los remedios que consideren necesarios o útiles. ¿Pero se deberá recurrir, en todas las circunstancias, a toda clase de remedios posibles? Hasta ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al uso de los medios "extraordinarios". Hoy en cambio, tal respuesta siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la terapia. Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios "proporcionados" y "desproporcionados". En cada caso, se podrán valorar bien los medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales. Para facilitar la aplicación de estos principios generales se pueden añadir las siguientes puntualizaciones: — A falta de otros remedios, es lícito recurrir, con el consentimiento del enfermo, a los medios puestos a disposición por la medicina más avanzada, aunque estén todavía en fase experimental y no estén libres de todo riesgo. Aceptándolos, el enfermo podrá dar así ejemplo de generosidad para el bien de la humanidad. — Es también lícito interrumpir la aplicación de tales medios, cuando los resultados defraudan las esperanzas puestas en ellos. Pero, al tomar una tal decisión, deberá tenerse en cuenta el justo deseo del enfermo y de sus familiares, así como el parecer de médicos verdaderamente competentes; éstos podrán sin duda juzgar mejor que otra persona si el empleo de instrumentos y personal es desproporcionado a los resultados previsibles, y si las técnicas empleadas imponen al paciente sufrimientos y molestias mayores que los beneficios que se pueden obtener de los mismos. Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cura que, aunque ya esté en uso, todavía no está libre de peligro o es demasiado costosa. Su rechazo no equivale al suicidio: significa más bien o simple aceptación de la condición humana, o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, o bien una voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o la colectividad. — Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares. Por esto, el médico no tiene motivo de angustia, como si no hubiera prestado asistencia a una persona en peligro. Conclusión Las normas contenidas en la presente Declaración están inspiradas por un profundo deseo de servir al hombre según el designio del Creador. Si por una parte la vida es un don de Dios, por otra la muerte es ineludible; es necesario, por lo tanto, que nosotros, sin prevenir en modo alguno la hora de la muerte, sepamos aceptarla con plena conciencia de nuestra responsabilidad y con toda dignidad. Es verdad, en efecto que la muerte pone fin a nuestra existencia terrenal, pero, al mismo tiempo, abre el camino a la vida inmortal. Por eso, todos los hombres deben prepararse para este acontecimiento a la luz de los valores humanos, y los cristianos más aún a la luz de su fe. Los que se dedican al cuidado de la salud pública no omitan nada, a fin de poner al servicio de los enfermos y moribundos toda su competencia; y acuérdense también de prestarles el consuelo todavía más necesario de una inmensa bondad y de una caridad ardiente. Tal servicio prestado a los hombres es también un servicio prestado al mismo Señor, que ha dicho: "...Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el transcurso de una audiencia concedida al infrascripto cardenal Prefecto ha aprobado esta Declaración, decidida en reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha ordenado su publicación. Roma, desde la Sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina le la Fe, 5 de mayo de 1980. Cardenal Franjo SEPERPrefecto Jerôme HAMER, arzobispo titular de Lorium, Secretario Notas [1] Declaración sobre el aborto procurado, 18 de noviembre de 1974, (AAS 66, 1974, págs. 730-747) [2] Pío XII, Discurso a los congresistas de la Unión Internacional de las Ligas Femeninas Católicas, 11 de septiembre de 1947 (AAS 39, 1947 pág. 483); Alocución a la Unión Católica Italiana de las Comadronas, 29 de octubre de 1951 (AAS 43, 1951, págs. 835-854); Discurso a los miembros de la Oficina Internacional de Documentación de Medicina Militar, 19 de octubre de 1953 (AAS 45, 1953, págs. 744-754); Discurso a los participantes en el IX Congreso de la Sociedad Italiana de Anestesiología, 24 de febrero de 1957 (AAS 49, 1957, pág. 146); cf. Alocución sobre la "Reanimación", 24 de noviembre de 1957 (AAS 49, 1957, págs. 1027-1033). Pablo VI, Discurso a los miembros del Comité Especial de las Naciones Unidas para la cuestión del "Apartheid", 22 de mayo de 1974 (AAS 66, 1974, pág. 346). Juan Pablo II, Alocución a los obispos de Estados Unidos de América, 5 de octubre de 1979 (AAS 71, 1979, pág. 1225). [3] Recuérdese en particular la recomendación 779 (1976), referente a los derechos de los enfermos y de los moribundos, de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en su XXVII sesión ordinaria. Cf. Sipeca, núm. 1, marzo de 1977, págs. 14-15. [4] Se dejan completamente de lado las cuestiones de la pena de muerte y de la guerra, que exigirían consideraciones específicas, ajenas al tema de esta Declaración. [5] Pío XII, Discurso, del 24 de febrero de 1957 (AAS 49, 1957, pág. 147). [6] Pío XII, Discurso, del 24 de febrero de 1957 (AAS 49, 1957, pág. 145, cf. Alocución, del 9 de septiembre de 1958 (AAS 50, 1958, pág. 694).